lunes, 25 de noviembre de 2013

BU - DO.-


Las artes marciales japonesas se conocen con el término genérico de Budo (武道), la Vía marcial.

Más allá de su contenido bélico, poseen un halo que representa el espíritu de lo inmaterial, del sentimiento, del afecto, de la improvisación y de la creatividad.

Incluyen todo lo concerniente a la moral, la disciplina y la forma estética.

También se concentran en la justicia y la ética, pues se basan en las Cinco Virtudes Constantes confucianas:

benevolencia [仁, jin],

rectitud [義, gi],

cortesía [礼, rei],

sabiduría [知, chi]

y confianza [信, shin] .

Pero no solo se preocupan por la ética, pues si esta no marcha a la par de las técnicas, entonces el desarrollo de la mente, aunque existe, no constituye la verdadera vía [道, do], que inexorablemente debe ser una “vía de la mente” consumada a través de la “vía del cuerpo”.

Y a la inversa, si se enfatiza solo en la técnica y detrás de esta no hay una persona íntegra, invariablemente provocará el caos.

El Budo ratifica y a la vez niega la existencia de la lucha.

Esto se explica al comprender que no hay un enemigo externo: solo el enemigo interno, el propio ego, debe ser “combatido” y “derrotado”. Entonces, el Budo se convierte en una herramienta educativa de la ética, un michi [道, vía o senda], solo posible de conquistarse a través de un profundo proceso de práctica constante y rigurosa que refleja el propósito fundamental, único, de todos los sistemas de Budo tradicional: preparar al practicante para encarar todo tipo de acciones que podrían poner en riesgo dos principios básicos de las artes marciales: la paz espiritual y el control de la energía

En su sentido tradicional no es, por tanto, un instrumento para aprender a luchar.

La evolución personal se produce situándose uno mismo en la “Vía” y consagrándose a la idea de que deberá practicar cada día del resto de su vida. Es una búsqueda incesante, no una meta potencial.

El objetivo espiritual de las artes marciales es fortalecer la intuición del practicante y otorgarle sabiduría con el fin de fortalecer su espíritu que, en perfecta armonía con el cuerpo, se beneficia con la experiencia de la práctica y, a su vez, enriquece al espíritu del arte marcial, que se regenera y adquiere mayor preponderancia con sus sentimientos positivos.

Todo artista marcial debe potenciar ese espíritu en su interior, en su arte y en sus actos, que no son sino un reflejo de su carácter personal; por eso se considera que cuando un artista marcial consigue vencerse a sí mismo, ha vencido al peor de sus enemigos.

En esta lucha que se libra rigurosamente con el ser interior, se alcanza un estado de paz mental desde el cual llega la calma, fuente de la iluminación [悟り, satori], propósito superior del entrenamiento.

Es entonces cuando el espíritu del artista marcial se refleja, no en su fuerza física ni en su destreza técnica, sino en el poder de su mente y en su grandeza de corazón y sacrificio personificados en sus sentimientos, el verdadero espíritu intangible de su arte: respeto a la naturaleza y sus principios, el abandono de los pensamientos de victoria, derrota, fortaleza y debilidad y la sensibilidad hacia todo lo que lo rodea.

De igual modo, el valor del artista marcial se define por sus actos. En el Budo se aprende que vencer a un oponente más débil (desde el punto de vista de que logramos vencerlo) solo sirve a la exaltación de nuestro ego y el engrandecimiento de nuestro orgullo lo que, a su vez, nos convierte en débiles e inmaduros.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.