Amanece un nuevo día, y con él una nueva oportunidad, tal vez la última, para poder mejorar. Una nueva oportunidad para tratar de evitar los errores cometidos ayer.
Gracias a los dioses podemos enmendar lo que hicimos mal o, simplemente, dejamos de hacer y debimos hacer. Es un regalo cuyo valor es indescriptible, se nos da una nueva oportunidad para cambiar; a cambio, tan sólo se nos pide el firme compromiso, el sólido propósito, de enmendarnos.
Sí, una nueva oportunidad para aprender a mirar y ver más allá de los errores, los aciertos.
Una nueva oportunidad para superarnos a nosotros mismos y para ser más conscientes de cuanto decimos, de cuanto hacemos, pensamos y sentimos.
Una nueva oportunidad para medir cada una de nuestras palabras, para atrevernos a hacer aquello que ayer no hicimos por temor o miedo, para valorar las pequeñas cosas, todo cuanto ya somos y tenemos.
Una nueva oportunidad para mirar al presente, para dejar de estar ausentes en cuanto vivimos y experimentamos. Hoy es lo que cuenta, el ahora.
Por todo esto, demos gracias a la vida y a los dioses, porque debemos ser conscientes de que, quizás, hoy sea la última oportunidad que tenemos para poder hacer aquello que no pudimos o no supimos hacer ayer; porque quizás no exista un mañana.
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