sábado, 16 de noviembre de 2013

La katana, y el guerrero.-



La primera vez que mi querido padre puso su espada en mis manos, y vi el brillo orgulloso en sus ojos, una descarga eléctrica recorrió  todo mi cuerpo.

Sabía que mi padre era un gran guerrero, como lo fue a su vez su padre, y el padre de su padre. Sabía que aquella espada había mutilado muchas vidas. Me sorprendió lo mucho que pesaba, yo entonces tan sólo contaba con diez primaveras. Recuerdo que mi padre me decía que pesaba tanto porque el mango de la katana almacenaba el alma de cada uno de los enemigos a los que había quitado la vida.

Mi padre puso en mis tiernas manos un arma, una hoja fría y afilada hecha para la vida y la muerte. Yo sabía que tenía en mis manos un objeto sagrado, venerado por mi padre como el Buda ante el que se postraba a diario durante largo tiempo.

Sí, aquella magnífica katana, pesaba mucho y requería mucha fuerza y habilidad para poder manejarla. Algún día, yo tendría mi propia katana. Algún día, yo aprendería a usarla tan bien como mi padre.

Ahora, en el ocaso de mi larga vida, veo en el brillo de la hoja de mi espada los ojos de aquellos a los que arrebaté la vida con su filo. Ahora, conozco el verdadero peso de la katana

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