domingo, 11 de mayo de 2014

ZEN.-

La mayor parte de las religiones consideran que la vida tiene un principio y un fin y hay una gran inseguridad en la mayor parte de la gente al pensar en este tipo de cuestiones. Para nosotros los budistas no es así, pues todo es parte de un continuum y el nacimiento y la muerte solamente son etapas de un proceso evolutivo. La idea es que nuestras obras tienen como consecuencia el determinar nuestra vida futura: nada es castigo ni recompensa, pues lo que nos sucede es efecto de lo que hemos hecho antes.


Si bien el Zen es pacifista, en Japón resultó una filosofía muy atractiva para el guerrero, pues con ella la verdad llega como el brillo de una espada al rebanar el problema de la existencia. Cualquier pensamiento que ayudase al ser humano a comprender la naturaleza del ser sin estudios intelectuales atraía al guerrero, que sentía que los grandes momentos de la vida eran los que se experimentaban cuando la muerte se acercaba.

En Japón, esta ideología se impuso a partir de 1156 al final del periodo Heian, en que luego de una época de esplendor y paz los señores feudales decidieron dirimir sus disputas por medio de los clanes guerreros Taira y Minamoto, lo cual fue una imprudencia mayúscula que causó un derramamiento de sangre sin precedentes en este país en una guerra llamada Gimpei. Los Minamoto triunfaron y crearon la figura del shogun.

Los militares eran terratenientes que protegían su honor y sus tierras y respetaban las reglas de guerra y una muerte noble. Equivalentes en Asia a lo que los soldados alemanes eran en Europa hasta 1945—que  aspiraban a una Heldentod (muerte heroica), que la rendición no entraba en su mentalidad y cuya disciplina, obediencia y carácter les daban gran firmeza de carácter—los  samuráis se cuentan entre los guerreros más fieros que se hayan conocido. 

Dominaban la equitación, el combate cuerpo a cuerpo, la esgrima y la arquería. Nada les asustaba: eran leales, íntegros y despreciaban la riqueza material. De hecho, consideraban haber nacido muertos, pues la vida no era sino un momento que les separaba del mayor de los honores: una muerte gloriosa. De ahí que hicieran del capullo del cerezo (sakura)su símbolo: un objeto de extremada belleza, pero también fugaz y efímero. La vida no valía nada y por eso se disponía hasta del suicidio si se consideraba haber traicionado el honor.

La manera en que un samurái se lanzaba a la batalla era ir hacia al enemigo al cabalgar en medio de los 2 ejércitos, disparar todas sus flechas y recitar su linaje para retar a un semejante al combate. La prueba de la victoria era la cabeza del enemigo, pues en los cascos aparecían sus insignias de rango y sus símbolos familiares.

La invasión mongola de Japón en 1274 demostró que los siglos de paz habían debilitado la moral y el espíritu de los guerreros. Las tácticas de enfrentamiento debieron cambiar, pues cuando un samurái se dirigía frente a los mongoles cabalgando, antes de iniciar su reto era asaeteado.

Los monjes Zen, asesores del shogun, aconsejaron que se debía dar a los guerreros un adiestramiento bélico y mental de férrea disciplina. El arma más terrible del enemigo mongol era el miedo que causaba, y se neutralizaba por la mentalidad samurái de estar dispuesto a morir. La vida para ellos era un trance en el que siempre se debe estar alerta, sin olvidar que hay en él cosas bellas que hay que apreciar.

Percibir la vida como totalidad y no como aspectos separados es la base del Zen. Todo está conectado y de ahí parte el entrenamiento militar. Cuando se maneja la espada, no es un objeto aparte del soldado, sino que cuerpo, mente y espada forman una sola entidad. 

La espada es un objeto de culto que se considera tiene alma y tiene la particularidad de ser externamente rígida para dar buenos tajos pero internamente es elástica para no quebrarse. Se reacciona al enemigo con espontaneidad, poniendo en acción el entrenamiento en vez de seguirlo: “el que piensa pierde”. Al estar centrado en el combate, en responder al oponente, el miedo, la ambición y la inseguridad desaparecen. Este estado de ánimo es obtenido al seguir la meditación y reflexionar en los koan (enigmas), que eliminan el pensamiento estructurado y permiten alcanzar el vacío mental. “Este momento es lo que cuenta y daré lo mejor de mí mismo en lo que dura” es la forma de pensar que se obtiene.

La otra arma por excelencia del samurái es el arco, que tiene como objetivo mucho más que dar en el blanco: es una disciplina mental aplicada físicamente. La respiración y el dominio muscular, aunados a la idea de que al soltar la cuerda es inconsciente y que uno no se esfuerza por la exactitud, sino que resulta de una acción espontánea e intuitiva es la idea rigente. Blanco, arquero y flecha vuelven a ser una unidad: no acertar el blanco, una contradicción.


Un intento de acercamiento a la mentalidad japonesa respecto a la muerte se da en el libro “Feliz navidad, señor Lawrence”, en la figura del sargento Hara, el brutal carcelero y auténtico encargado de un campo de prisioneros aliados que los maltrata sin miramientos. Lawrence es conocedor de la mentalidad samurái y le comprende, pero los demás  juzgan a Hara como una bestia. 

Una vez que la guerra termina, Hara ni siquiera se molesta en huir, sino que se deja capturar y la condena de muerte por crímenes de guerra ni le afecta. No se considera culpable, sino que le da la bienvenida a la muerte y explica que maltrataba a  los prisioneros para fortalecer su espíritu, pues los europeos mostraban debilidad al rendirse, cosa que un japonés jamás haría, ya que combatiría hasta morir o se haría el seppuku (conocido en Occidente como harakiri). Dice que nació muerto y este es el momento que siempre ha estado esperando. De ahí el desprecio y supuesta brutalidad de su trato.

La religión cristiana se basa en la idea de que hay que morir para luego de la resurrección llegar al Juicio Final y a la vida eterna. Sin embargo, la tristeza y lo negativo— ¿por qué la gente se viste de negro, un color tan obviamente oscuro y solemne?—rigen cuando alguien muere. Recuerdo a un sacerdote que felicitaba a los deudos de un difunto y todo se puso patas arriba. El sacerdote explicó que ahora el difunto se encontraba en la gloria y compañía de Dios y que eso era algo para celebrarse. Entonces, ¿por qué existe tanto pánico a dar ese paso?  Ésta es una pregunta que todavía carece de respuesta. Creo que debemos aprender del samurái.

Bibliografía recomendada:

Herrigel, Eugen. Zen y el arte de los arqueros japoneses. México, D. F. 2009. 80 pp. Ediciones Coyoacán. Colección Diálogo abierto / Orientalismo.

Hoover, Thomas. Zen Culture. London, U. K. 1977. 268 pp. Arkana / Penguin Group.

Musashi, Miyamoto. El libro de los cinco anillos. 2006. México, D. F. 102 pp. Editorial Lectorum. Colección Prana.

Nitobe, Inazo. Bushido: el código del samurai. 2005. México, D. F. 160 pp. Editorial Lectorum. Colección Prana.

van der Post, Laurens. Feliz navidad, señor Lawrence (título original: The Seed and the Sower). 1997. Barcelona, España. 254 pp. Ediciones Destino. Colleción Booket.

Yamamoto, Tsunetomo. Hagakure: el sendero del samurai. 2005. México, D. F. 172 pp. Editorial Lectorum. Colección Prana.

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